“…esa
vieja tristeza satisfecha de volver a ser el de siempre, de continuar, de
mantenerse a flote contra viento y marea, contra el llamado y la caída.” J. C.
Tú y
yo nos habíamos despedido hace mucho. No recuerdo exactamente la fecha ni el
lugar, pero ya habíamos sentenciado que nada sería igual.
No
sé si fue aquel día en el hospital o mucho antes, quizá cuando éramos
adolescentes y veíamos un mundo de color más pálido que con el que veo ahora. A
través de ti conocí muchas cosas, estuviste presente el día que supe lo que era
decir adiós; también estuviste la primera vez que me enamoré y que me rompieron
el corazón.
El
primero de esos momentos fue en la niñez, fue cuando decidieron tomar un camino
diferente y alejarse del ajetreo de la ciudad más grande el planeta (nada
reprochable si consideramos el deterioro de esa ciudad ahora). Recuerdo pocas
cosas de esa época (en realidad recuerdo pocas cosas de todas las épocas,
vividas o no vividas), pero las cosas que más recuerdo son los jardines
interminables, los perros que mordían y las excavaciones que nos llevarían a
ser el Dr. Grant.
Los
tazones de sopa de cristal opaco y después las tardes de patear el aire.
Siempre tuviste un aire de gracia, algo que nunca logré comprender. No sé cómo
era posible que alguien pudiera tener una sonrisa siempre, con cualquier motivo
o sin tener alguno. Siempre fuiste mejor para el 64 que yo, lograbas acabar
antes todo, mientras que yo tardaba eternidades.
Cuando
te fuiste, todo a mí alrededor cambió. No había con quien jugar más. Decisiones
no hechas por nosotros que cambiarían, presumiblemente más tu mundo que el mío.
Ahora,
en vez de reunirnos 3 o 4 veces a la semana, era una vez al año. Esos veranos
húmedos y calientes, llenos de un sofocante ambiente creado por el sol y las
barrancas del lugar. Boliche, carreras en go-kart, películas; y una vez más,
videojuegos.
Pasado
el tiempo, entró la normalidad en todo mundo, crecimos y encontramos diferentes
gustos en música, literatura, cine, estudios… Y llegó el segundo momento más
importante de mi vida hasta ese momento, estaba encarnado en dos ojos cafés,
piel blanca y cabello castaño. Gracias a ti, encontré algo que jamás había
encontrado.
El
cómo haya acabado, es una historia muy diferente. Pero siempre será muy
significativo esa tarde, en la cual cambiaría mi perspectiva del mundo en el
que vivimos.
En
esa época también comenzaba a tener sueños con guitarras eléctricas y baterías,
me agotaba el simple hecho de salir de la zona habitacional (ahora recuerdo al
taxista que alguna vez nos llevaba y traía…) Y aquellas noches en las que
salíamos y nos sentábamos en una banqueta y platicábamos de nimiedades,
mientras con la mirada repasábamos el cielo y la poca humedad que quedaba del
día.
El
verduzco en lo alto de dos cachetes redondos y blancos que terminaban en una
mata entre amarillo y café. El excelente prototipo del “güero” mexicano, aquel
personaje que todos querían ser por su color de piel, pero que nadie,
absolutamente nadie, siquiera se acercaba al carácter que tú tenías.
Cada
año yo te escribía para desearte feliz cumpleaños, de paso preguntaba por ellos
y me sentía sorprendido de que ellas de ser unas infantas, pasaron a entrar a
una universidad. La sorpresa para mí está en que para mí, el tiempo se quedó
parado en algún momento entre 1999 y 2005. No hubo más allá de eso. Todo lo que
pasó después, simplemente no existe.
Hasta
que llegó viernes para mí. Ese viernes en el que me levanté de tan buen humor,
sin saber que durante mi sueño, tú ya planeabas crear un 2016 en aquel tiempo
que nunca se movió para mí. Una nueva entrada. Al igual que me pasó años antes
en otra situación, al inicio no sabía nada. Era un perro perdido en un mundo de
calles, gente y motonetas eléctricas.
Era
una incredulidad bárbara. De no saber qué hacer, ni rezarle a Confucio hubiera
valido. De todas las casualidades de la vida, de la tuya y la mía, es que yo
pude haber estado ahí si tan sólo… Pero nunca existió ese “si”. Y no se remonta
a mi decisión de no ir a una boda; o de venir a hacer una maestría en no sé qué
cosa; o estudiar un idioma pictográfico; o terminar con ella; o ir a Chiapas; o
ir a ver Buscando a Nemo; o tomar un examen de Tae kwon do; o ver por primera
vez Toy Story… O quizá sí tenga que ver todo eso.
El
concepto de casualidad o destino aún nos está volviendo locos. Y tú, ya eres
los dos.
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