lunes, 24 de agosto de 2015

El Tíbet 3

La siguiente parte del viaje en su mayoría fueron horas en una pequeña vagoneta, suficiente para llevarnos a los 6, la guía, al chofer del viaje y unas cuantas maletas con lo justo necesario para vivir los siguientes 4 días. Nuestro destino "final" era el Everest, aunque en realidad el destino final era regresar a la ciudad de Lasa. Una vez llegando al Everest, el resto fue como un sueño que tuvo pequeños espasmos de lucidez.

El viaje nos llevó para empezar a uno de los lagos sagrados de Xizang, el lago Yamzhog Yumcog. Este lago, entre otras cosas, ha sido una de las vistas que no podré olvidar y que más impacto han causado en mí. El agua es de un tono turquesa, no es transparente, y refleja las montañas que lo acompañan. El lugar, siendo tan turístico, tiene un pequeño estacionamiento que se encuentra al pie de una ladera la cual puedes subir o quedarte en ese lugar a admirar. Desde luego que nuestro primer instinto como niños adolescentes, fue correr y subir. Después sólo pudimos caminar y subir poco a poco porque el aire era muy ligero y no nos daban los pulmones para más.

Para cuando llegamos, ya se encontraban varios lugareños listos para darnos batalla con las compras y las fotos. Lo más atractivo del borlote fue una señora que tenía un Yak y una oveja tibetana disfrazadas para que te tomaras las fotos. Como siempre, te empujan hasta el Yak, te suben, te hacen ponerte un sombrero tradicional tibetano y ya que estás arriba te enjaretan la cabrita. Todo contento y feliz como Napoleón en París y tómala, son 3 precios diferentes y sumados por el Yak, el sombrero y la cabra. Pero bueno, la siguiente vez que regrese a ese lugar y con esa señora, quizá podré decirle que no al sombrero.

Sin la cabrita, me cobraron menos.
Después de la foto, nos fuimos subiendo la ladera hasta el punto más alto de la misma. Ahí arriba, encima de todo, tener el azul del agua, del cielo, el verde del pasto en las montañas y blanco de las nubes. Te sientes como el único receptor de todo lo que está pasando ahí en ese momento. No existe nada más. "Se siente como caminar entre las nubes", ahora fue literal. Por cada paso hacia arriba que dabas, te enredabas en una maleza de nubes. Encontramos unos cuantos Yaks que le sacaron un susto a uno de los ingleses por andar de machos con ellos.

Vista del lago Yamzhog.
Como en concierto.
Seguimos y seguimos por horas, ya sea en terraceria o pavimento, encontramos vistas impresionanates de montañas nevadas, pequeñas chozas, pueblos construyéndose o en vida. Escuelas, construcciones con banderas llenas de mantras, liebres, cabras, yaks... Pasamos por un pueblo en el que almorzamos. Para empezar encontramos queso de leche de yak, estaba bastante rico y cremoso. Pasamos a un restaurante con curry, pero también había arroz frito y la bebida llamada Lassi (hecho a base de yogur con cardamomo) bastante rico.


Posteriormente llegamos la ciudad de Shigatse alrededor de las 8 de la tarde (sí, aún era tarde) donde pasamos la noche. Primero llegamos a la estación de policía donde nos debíamos presentar para dar nuestra parte de que andabamos de parranda por el lugar y que nadie se alarmara por unos cuantos güeros que anduvieran por ahí. Nos dieron la noche libre, así que salimos a buscar algo de comer y beber. Conseguimos los famosos fideos tibetanos (que ya había descrito con anterioridad y que consistían de fideos con en agua con un poco de jitomate) y unas cervezas locales. De todas las cervezas chinas que probé, lamento decir que las de Xizang junto a las de Luoyang se llevan el premio a la más fea.

Rumbo a Shigatse

Organizamos una pequeña tertulia pero nos dormirmos algo temprano para aguantar los días que nos seguían. Pudimos tomar un desayuno en el restaurante del hotel bastante occidentalizado, rico por cierto. De nuevo otro día en el que las horas se irían encima de la camioneta. Pasamos por muchos otros paisajes hasta encontrar otro pueblo en el que pudimos parar y comer algo más sustancioso y lugareño. Los dueños del lugar, me parece, eran conocidos o familiares del chofer y de la guía ya que el recibimiento fue muy cálido. El mismo plato de fideos tibetanos, pero ahora bastante mejor preparado y té con leche.

Rumbo a Pekor Chode

El viaje nos llevó al monasterio de Pekor Chode. Menos gente, lugar más íntimo y por lo tanto podías estar más tiempo y más cerca de las reliquias. Era una ciudad muy pequeña, yo no encuentro en mis recuerdos alguna seña de electricidad (pero seguro sí la había). Y las clases de budismo continuaban.

Pekor Chode.
Teníamos que pasar por retenes militares para, de nuevo, presentar nuestros papeles formales para ingresar a la zona de la cordillera de los Himalaya. Antes de la zona de revisión, encontramosun pueblo en el que la gente está poco acostumbrada a ver extranjeros, así que se nos arremolinaron niños. El pueblo podía carecer de todos los servicios a los que estamos acostumbrados, pero al estar tan alejados de los siguientes pareciese que no es necesaria tanta fanfarria como nos dice la tele o la ONU y su Índice de Desarrollo Humano (sólo digo...).

Para subir a al último mirador antes de llegar al Everest, el camino se volvió una serpiente kilométrica, alucinabas tanta vuelta, tan lenta y si se alcanzabamos a algún camión pesado... Uf, ya sabrán cómo se pusó la cosa. En el trayecto se nos fueron una o dos llantas (por lo menos fue una) pero como los grandes atletas cumplen con hazañas nunca antes hechas, nosotros llegamos vivos al mirador.

Camino al mirador.
El mirador tiene la magia de poder observar (¡duh!) la cordillera del Himalaya. Siempre y cuando Buda, Mao, Dios y Alá se pongan de tu lado y te dejen verlo. En esta ocasión creo que el que nos falló fue Mao ya que había nubes por todos lados y no se veía nada.

Piedra conmemorativa del mirador.


De izq. a der. Yo, el chofer, Ricardo.

El resto del camino no hubo gran cosa para platicar, el punto más importante fue la llegada al Campamento Base del Everest en el cual íbamos a pasar una noche y regresarnos en la mañana. Al llegar al campamento, lo primero que necesitas ver es el pico de la montaña. Todos salimos tratando de captar por primera vez el punto más alto del planeta. Justo al lado del campamento se encontraba un río que pasaba rápidamente, el viento soplaba junto al río tan fuerte que en ocasiones era difícil caminar en contra.

El frío se sentía en todo el cuerpo, es necesario llevarse algo abrigador para no sufrirlo. Cuando llegamos al campamento ya eran pasadas las 6 de la tarde, estaba el sol escondiéndose ya. Tratamos, de nuevo inútilmente, de correr para ver de cerca el Everest. Entonces ahí lo vimos, la majestuosidad que representa tal visión es indescriptible. Estaba tapado por otra montaña, pero era una visión tan clara, blanca por la nieve permanente y detrás muchas nubes que no nos dejaban ver lo que seguía.

"Everest"

Impresionados por el "Everest"
Vista del campamento


Después de unos minutos de discusiones entre nosotros, la guía se nos acerca gentilmente y nos pregunta: ¿qué miran? Todos atónitos, le dijimos que el Everest (珠穆朗玛峰 Zhumulangma en tibetano y chino). La guía se rió un poco, y nos dijo que ese era el K2 (el segundo pico, seguido del Everest, más alto del mundo) que el Everest estaba detrás de las nubes que impedían la visión... A los cinco minutos las nubes decidieron hacerle caso a la guía y empezaron a dispersarse poco a poco para dar paso, ahora sí, al pico más alto del mundo.

Primer vistazo del Everest

Pues ahí estaba. Detrás del K2 y las nubes, el sol se veía reflejado en la nieve y poco a poco se iba aclarando. El Everest hacía su entrada triunfal como si nos estuviera esperando para salir y quedarse para las fotos no más de media hora. El sol se puso al poco rato, dejándonos con la expectativa del amanecer. Ya en nuestra tienda, nos preparábamos para descansar, pedíamos algo de comer planeábamos nuestra excursión del siguiente día. Pararnos a las 5 aproximadamente para caminar al último punto posible para ver el amanecer.

Última vista antes del anochecer.

La noche era completa oscuridad, no había polución eléctrica de ningún tipo. Entonces podía ver todas las estrellas posibles. Era impresionante la cantidad de puntos blancos, amarillos y rojos que hay en un cielo que no ha sido tan tocado como el de cualquier ciudad. Esa vista es otra que sólo puedo recordar, no hay registro fotográfico. Me quedé media hora fuera viendo el cielo, revisando todos los movimientos y disfrutando de una de las más grandes experiencias de mi vida.

Al siguiente día, teníamos que caminar unos 40 minutos para llegar al último punto en el que te dejan pasar como turista, a partir de ese punto sólo los alpinistas pueden pasar. Esos 40 minutos fueron el ejercicio más fuerte que he hecho en mi vida, tomando en cuenta que estábamos a una altitud de 5200 msnm. hubo un punto en el que tus pulmones no dan más y sientes la necesidad de parar. En fin, pudimos dar el ancho con huevos hervidos y machaca en su bolsa traída desde Monterrey.

Camino a recorrer.

Everest al amanecer.

Estuvimos ahí alrededor de media hora. Las nubes nos dieron la oportunidad de verlo todo en su máximo esplendor. Discutíamos todos sobre cuál sería la mejor estrategia para hacer cima, cuánto tiempo nos tomaría sin preparación y las necesidades para hacerlo y así seguíamos la plática. Toda cosa que es inmensamente masiva, en cualquier escala macro o microscópica, siempre tiene la característica de ser inexplicable a simple vista. Es inevitable cuestionarse: ¿para qué tanto desmadre con la política, la literatura, la filosofía, la ciencia... para desenredar todo lo que es el universo que nos rodea?

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